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Felicidad y placer, entendiendo la diferencia para fidelizar el talento

En mi trabajo ayudando a las organizaciones a desarrollar una cultura que promueva el bienestar y la felicidad, me he encontrado con que muchas veces, confundimos felicidad y placer.

Por ello, en este reto al que se enfrentan las organizaciones para atraer o fidelizar  el talento, (no hablo de retener porque no me parece apropiado ni inteligente impedir que se vaya alguien que quiere irse),  se inician planes para mejorar el “bienestar” o la “felicidad” que incluyen medidas enfocadas a desarrollar el placer, como por ejemplo, incorporar un futbolín a la zona común.

Por otro lado, parece que la felicidad es una cuestión que no está en nuestras manos. Si te suceden cosas buenas, eres feliz, si no es así, eres infeliz. En la propia etimología de la palabra felicidad en inglés “happiness” cuyo origen está en la palabra finlandesa “happ” que significa suerte o azar, podemos encontrar una justificación para este enfoque. La felicidad aparece o no sin que nuestra intervención suponga una diferencia al respecto.

Matthieu Ricard, reconocido como el “hombre más feliz del mundo” en un estudio de la Universidad de Wisconsin publicado por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, miembro de Mind and Life Institute y traductor del actual Dalai Lama,  en su libro “En defensa de la felicidad”, define la felicidad como “un profundo sentimiento de florecimiento que deriva de una mente excepcionalmente saludable, no una sensación meramente agradable, una emoción fugaz, sino un estado óptimo del ser que supone un profundo equilibrio emocional que se alcanza mediante una sutil comprensión de los mecanismos de funcionamiento de la mente”

Todos los días en el trabajo nos enfrentamos con situaciones que afectan a nuestro equilibrio emocional tales como objetivos de ventas imposibles de alcanzar, clientela hiper exigente, comportamientos abusivos por parte de la dirección, interrupciones constantes,…Estas situaciones nos llevan a experimentar ira, frustración, miedo, tristeza,…Las emociones duran poco tiempo, aparecen y desaparecen de forma rápida, formando parte del día a día sin consecuencias más allá de un episodio puntual si somos capaces de gestionarlas de forma eficiente, sin generar pensamientos tóxicos,  gracias a un desarrollo emocional individual.  Sin embargo, si estas situaciones suceden con frecuencia, convirtiéndose en el día a día de una organización y no encontramos el compromiso de la dirección para ayudarnos a cambiar o modificar los factores necesarios, pueden llevar a estados emocionales permanentes como la insatisfacción laboral que derivan en absentismo y suponen una gran motivación para buscar otro trabajo.

La inteligencia emocional es el caldo de cultivo de la felicidad.  Crear las condiciones de felicidad necesarias en una organización para que, no solamente fidelicemos el talento, sino que el éste brille en todo su esplendor, supone promover este desarrollo emocional en todas las personas de la organización, empezando por las que las lideran, de forma individual y co-creando así una cultura organizacional donde el bienestar sea protagonista.

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