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Desengancharme de la prisa y no vivir con estrés

Soy una de esas personas adictas al trabajo y a la actividad continua. Me gusta estar ocupada. Pertenezco a una generación en la que el culto al trabajo era una virtud. Y además, para complicar más las cosas, me gusta mi trabajo. Cuanto no estoy trabajando, hablo de trabajo, leo sobre trabajo, pienso en trabajo. Es fácil imaginar que vivo encadenando una actividad con otra sin tiempo para pausas. A pesar de que me vigilo de cerca, y de que gracias a la práctica de la meditación y la atención plena o Mindfulness, he mejorado mucho, suelo caer en la prisa con facilidad.

Por ello, durante estas vacaciones he estado desarrollando la lentitud. En nuestro día a día laboral, no dedicamos el tiempo suficiente a cada tarea para poder realizarla con consciencia plena y disfrutarla. La prisa, la urgencia por entregar un informe, una propuesta, por responder a un cliente, en definitiva, por acabar cuanto antes, porque tenemos muchas más cosas que hacer igual de importantes, nos hacen saltar de una tarea a otra sin descanso. La sensación que impera en nuestra vida de que todo es super urgente, de que todo debe ser realizado de inmediato, nos arrastra y nos mantiene en continuo estado de emergencia. No debemos perder tiempo. Como si estuviéramos continuamente huyendo de un peligro vital. En ese estado de estrés, es difícil desarrollar en profundidad cada respuesta, decidir si es necesario correr o podemos dedicarle un poco más de tiempo, darse cuenta de detalles que pueden suponer una gran diferencia y lo que es peor, disfrutar con el trabajo. Porque ¿quién puede disfrutar cuando está sobreviviendo?

Vivimos en un mundo adicto a la urgencia donde el tiempo es oro y hemos perdido la capacidad de dedicar a cada tarea el tiempo y la atención que precisan, de distinguir entre urgente e importante.

He practicado con actividades sencillas pero que realizadas con atención y calma adquieren otra dimensión. Cómo decía un amigo mío al que sorprendí una tarde de agosto en el fregadero, con guantes y jabón hasta los codos “me gusta fregar pero durante el año solo tengo opción de pasar por agua los platos antes de meterlos cada noche al lavavajillas. En verano, disfruto del placer de fregar, dedicándole tiempo y mimo” Darnos cuenta del encanto de una tarea, aunque sea una tarea tan infravalorada como fregar, nos permite disfrutar de cada momento con plenitud y en definitiva, disfrutar de la vida. Todos los momentos tienen su interés si nuestra atención está enfocada en el presente.

Por supuesto, llevar esa misma actitud de estar presente a las relaciones con las otras personas es todo un descubrimiento: poner toda la atención en la conversación con mi hijo, a sus palabras y sus gestos, mirándole a los ojos, sin estar pensando que se hace tarde para ir al trabajo, que tengo que preparar la cena o mirando al teléfono, es toda una experiencia que además, funciona en ambas direcciones porque él también percibe que mi atención está completamente dedicada a lo que está diciendo.

¿Qué tal si, en Septiembre, nos proponemos que nuestra vida no esté controlada por la prisa?. Deshacernos de esa sensación de ir corriendo a todas partes que no nos permite “hacer las cosas bien” y disfrutarlas: escuchar con atención plena en una reunión, priorizar adecuadamente la lista de mails pendientes de respuesta a la vuelta al trabajo o diseñar una propuesta con detalle.

Esta decisión implica dos cosas:

Por un lado, focalizar la atención. Nos gusta distraernos y si no entrenamos nuestra atención para que esté centrada en lo que tenemos entre manos en este preciso momento, es fácil que nuestros pensamientos se vayan a todo lo que queda pendiente por hacer y de nuevo nos inunde el agobio

Por otro lado, seleccionar cuidadosamente las actividades que llenan nuestro día a día, renunciando y aprendiendo a decir “no” con amabilidad y empatía.

En definitiva, hacerlo bien va a requerir grandes dosis de sabiduría para elegir, valor para decir no a la presión, gestionar el miedo a “quedarnos fuera” de algo nuevo que se pone en marcha,… porque eliminar lo que no es esencial no sólo implica disciplina mental, sino también disciplina emocional

La pausa antes de actuar es la clave. Establecer una pausa antes de decidir que nos de tiempo a elaborar la respuesta, a decidir conforme a nuestros objetivos y no reaccionar en “piloto automático”. Es luchar contra el hábito de movernos y actuar por el miedo a no hacer, al que dirán, a quedarme fuera..

En una cultura obsesionada con el tiempo, siempre bajo el síntoma de la escasez, la prisa es un mal hábito del que tenemos que desengancharnos como de cualquier otra adicción. Y no solamente por una cuestión tan importante como es darnos la oportunidad de disfrutar de cada instante de nuestra vida, sino, también para ser más eficientes. Como decía Peter Drucker, filósofo y escritor referente en el mundo organizacional, “Las personas son efectivas porque dicen ‘no’, porque dicen: ‘esto no es para mí’»

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